Lejos de ser víctima de una supuesta “caza de brujas progresista”, el Partido Popular vive atrapado en un torbellino de errores, contradicciones y conflictos internos que minan su credibilidad como alternativa de gobierno. Lo que algunos de sus dirigentes intentan vender como persecución política, en realidad refleja un partido incapaz de gestionar su propia casa.
El caso del diputado Alberto Casero en 2022 es un ejemplo que aún pesa sobre el PP. Lo que se presentó como un “fallo informático” en realidad fue reconocido por el propio protagonista como un error personal. El Tribunal Constitucional confirmó que no hubo irregularidades, pero el PP se empeña en reabrir la herida cada vez que le conviene, dejando claro que ni sabe cerrar filas ni aprender de sus propios tropiezos. Para colmo, en 2025 se repite la historia con Joan Mesquida, otro diputado ‘popular’ que vota en contra de la línea del partido. ¿Error aislado o síntoma de un partido desorganizado?
El caos no termina ahí. La dimisión de Alberto Fabra al frente de la Comisión de Defensa, por el vínculo laboral de su hijo con una empresa relacionada con Indra, vuelve a mostrar cómo el PP se enreda en conflictos de interés que no sabe manejar con claridad. En lugar de proyectar firmeza, el partido transmite improvisación y desorden, abriendo grietas que la opinión pública no tarda en percibir.
El gran problema del PP no es la izquierda ni los medios, sino su propia incapacidad de presentarse como una opción sólida. Cada vez que se enfrenta a un traspié interno, responde con quejas sobre persecuciones imaginarias, en lugar de asumir responsabilidades y marcar un rumbo claro. Esta actitud victimista solo refuerza la imagen de debilidad y descontrol.
Las redes sociales, lejos de ser un refugio, han amplificado la percepción de división en la bancada popular: hooligans, tránsfugas y figuras que parecen más interesados en destacar individualmente que en aportar cohesión. Un partido que se vende como alternativa de gobierno no puede permitirse semejante espectáculo.
Mientras el PP siga atrapado en sus propios errores y luchas internas, seguirá proyectando caos. Y un partido en caos no puede aspirar a gobernar un país que pide soluciones, no excusas.