La Vuelta a España, uno de los eventos deportivos más importantes de nuestro país, ha sido tristemente protagonista de un acto de sabotaje que nada tiene que ver con el deporte. Un grupo de activistas ha forzado a la organización a modificar de urgencia la decimosexta etapa, tras haber colocado un árbol cortado bloqueando la carretera a escasos kilómetros de la meta. Este acto, que se ha confirmado como una protesta en favor de la causa palestina, ha puesto en riesgo la seguridad de los ciclistas y ha desvirtuado el desarrollo de la carrera.
Un boicot que rompe las reglas del juego
La neutralización de la etapa, a tan solo ocho kilómetros de la llegada original en Castro de Herville, es un precedente peligroso que demuestra cómo el activismo no tiene límites, ni siquiera cuando se trata de un evento deportivo de alcance internacional. La decisión, que se tomó para garantizar la seguridad de los corredores, supuso la anulación de la ascensión final, una de las partes más emocionantes y decisivas de la jornada.
Este incidente no es más que una muestra de la impunidad con la que actúan ciertos grupos, que se sienten legitimados para interferir en la vida pública con el único objetivo de imponer su agenda. Es una vergüenza que un evento deportivo, que debería ser un espacio de unión y convivencia, se vea enturbiado por cuestiones políticas que nada tienen que ver con el ciclismo.
El deporte como rehén de la agenda política
El final de la etapa, que se tuvo que decidir en un sprint improvisado, dejó a muchos con un sabor agridulce. Aunque Egan Bernal se alzó con la victoria, el resultado ya no tenía la misma validez que si se hubiera disputado el recorrido completo. La organización, que ha condenado el incidente, se enfrenta ahora al reto de garantizar la seguridad en lo que resta de competición, una tarea que se antoja complicada ante la posibilidad de nuevos sabotajes.
Este lamentable suceso nos deja una lección muy clara: el activismo, en su obsesión por instrumentalizar cualquier causa, no duda en secuestrar eventos deportivos para sus fines. El deporte ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en una herramienta más de propaganda. Es hora de que se ponga freno a esta deriva.