LA CAÍDA DE DON JOSÉ LUIS ÁBALOS MECO

Escrito el 30/11/2025
Octavio Cortés

Ha entrado en prisión el último romántico y el alma de la nación lo ha notado. Ábalos, el profesor de gimnasia, el socialista de medianoche, representaba el sueño aspiracional de una España a la que nunca llegaron Ortega y Gasset o García Lorca, la España del empujón, del cubata de Larios con mucho hielo, de las niñas mal casadas y las chapuzas sin IVA. Nadie se iría de juerga con el novio de Ayuso, pero todos nos iríamos a tomar unas gambitas rebozadas con don José Luís, porque incluso en la maldad hay variaciones de grado y calidad. No todos tenemos en nuestra vida a cretinos de club de golf y BMW como el novio de Ayuso, pero todos hemos conocido a mil personajes como Ábalos y Koldo, rufianes de martes por la tarde, estraperlistas de la ruina nacional.

La izquierda woke no puede soportar a #Ábalos: sus criminales encuentran su arquetipo en Errejón, loco de muchachas y remedios colombianos, perdido en el sinsentido de un falso humanismo materialista con algo de coñita malasañera. No pueden entender la bonhomía del pequeño cacique de corbata barata y muchachas aún más baratas, no consiguen entender que el pueblo siempre supo que las líneas rojas hay que saltárselas de vez en cuando, no sea que no convirtamos todos en gilipollas de manera definitiva. Se habla mucho de Berlanga en relación a las andanzas gloriosas de la “banda del Peugeot”, pero la referencia correcta sería “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio de Sica. Quienes vienen de hogares donde han faltado las lentejas saben que no hay que tomarse del todo en serio a los predicadores de la moral civil, lleven sotana o banderas arcoíris. Ábalos y Koldo gozarán siempre de la simpatía de la que goza aún la figura del Dioni: robar un camión blindado y gastárselo todo en fiestas en Brasil. Respeto máximo.

Ábalos no representa la quiebra de la socialdemocracia, sino su apogeo. Si a algo se ha dedicado don José Luis es a la redistribución de rentas. A su alrededor, familiares, amantes y colegas varios han florecido como los prados de amapolas bajo un benéfico sol de un mayo incipiente. Sobres, propinas, mordidas, longanizas, noches de hotel y puestos ridículos en organismos administrativos de tercer nivel. Nadie simpatiza con Cerdán, que trataba con grandes corporaciones que construyen autopistas. Ábalos estaba en el ajo, en el meollo criminal, por supuesto, pero luego se fumaba un cigarrito con Vito Quiles o sacaba a cenar a una Miss de provincias. Nadie que tenga entre manos un tinglado realmente subversivo escribe frases como “la Carlota se enrolla que te cagas”: Ábalos no buscaba destruir nada, sino arañar algo del bienestar borbónico que se nos prometió en 1975.

Estos días muchos han recordado la larga ovación que el grupo socialista dedicó al discurso de Ábalos el día de la moción de censura. Los imbéciles del PSOE (que son muchos) responden a los imbéciles del PP (que son legión) que entonces “ellos no sabían nada”. Quieren hacernos creer que tenían a Ábalos por una mezcla de Adenauer y el Mahatma Gandhi, lo cual sería síntoma de un grado de disonancia cognitiva casi peor que cualquier “trama de corrupción”. Todos lo sabían, todos los celebraban, todos lo aplaudían con el mayor entusiasmo, porque el izquierdismo patrio, estrangulado por el cretinismo ideológico, adorará siempre a alguien que coma bien, beba bien y folle aún mejor. Ábalos prometía, con su mera presencia, la posibilidad de una vida confortable y bienhumorada, un sitio en la mesa de los señoritos ganado sin fricción alguna. Viéndole, uno podía llegar a creer que la invisible maldad multinacional que todo lo está plastificando podía ser derrotada de manera tranquila y vecinal.

Ahora, ya entre rejas, solitario como un amante desvelado, don José Luis prestará su último servicio a la nación. Irá soltando, uno a uno, todos los ases de su baraja marcada, sin demasiada prisa, sin histerias justicieras, desfondando el sanchismo qué él ayudó a crear. El PSOE no es un movimiento reformista, sino un conglomerado de madres que quieren colocar a su hijo en un puestecito en la diputación. Contaba Ibarra que una afiliada le había pedido, en cierta ocasión, una plaza en la Junta de Andalucía para su hijo, con el siguiente argumento: “es que si no, ya le veo toda la vida trabajando”. Pedro Sánchez, antes que malvado es desesperantemente estúpido, y cree que su apoteosis se basó en una mezcla de carisma, finura política y magia comunicativa. Nada de eso. Su éxito nació en los muelles cedidos de un Peugeot aparcado mil veces frente a los clubes de carretera, a la hora en que ya es muy tarde para cenar. Chicas de falda muy corta y concejales de presupuesto muy laxo, rifas de asociaciones de vecinos y un paquete de Winston en el bolsillo, sindicalistas de media mañana y periodistas bobalicones.

Hasta ahora, la voz de las cloacas la canalizaba el comisario Villarejo, personaje odioso, que sólo parece haber querido torcer el cuello a cada gatito que se ha cruzado en su camino. Ofrecía la verdad cruda, la verdad oculta, desde luego, pero quién quiere pasarse una hora escuchando a Villarejo. Ahora esa caudal largo de revelación fluirá a través del pecho lírico de don José Luis y no serán los jueces quienes pongan las cosas en su sitio, sino la pillería guasona del alma española. Pasará siete u ocho años entre rejas, agrandando su leyenda. Cuando salga, cuando emerja, purificado y tranquilo, quién no querrá conocer su historia que será la nuestra, repleta de mil detalles memorables. Para Errejón, España siempre tendrá una colleja a punto; para don José Luis, una paellita con tinto de la casa.